quinta-feira, 24 de janeiro de 2013

El derecho a disponer del término de la vida

A "educação" além de se distinguir de "instrumentalização" faculta a sua identificação, permite perceber os seus contornos e, desejavelmente, fazer-lhe face. José Maria Quintana Cabanas, um dos mais importantes pedagogos espanhóis da actualidade, tem insistido nesta ideia. O texto que se segue constitui um valioso contributo para que a ideia linear de se pôr fim à vida humana por razões economicistas não passe, como tantas outras ideias instrumentalizadoras, para os bancos da escola.

"Vamos a distinguir aquí tres casos, que no tienen exactamente las mismas connotaciones, aun cuando tienen evidentes puntos de contacto (…).

El suicidio

A algunos les parece que el suicidio no puede revestir mucha gravedad, dado que uno no perjudica a nadie sino sólo a sí mismo, y admitiendo que “mi cuerpo es mío y de él puedo hacer lo que quiera”... Esta óptica viene alentada por aquella concepción de la ética, tan preponderante hoy día, según la cual los preceptos morales los construyen los grupos sociales por consenso, de un modo dialógico, y no tienen otra finalidad que asegurar la práctica de la justicia, es decir, el garantizarse a todos el que sean respetados sus derechos individuales.

Es la moral social, como única forma de moral (…). Con este tipo de moral constructivista, claro está, poco hay que decir sobre el suicidio, que no sería cuestión de moral. A esta misma conclusión se llega desde la ética “de la responsabilidad”, de que habla Max Scheler, y que viene a ser lo mismo: la moralidad estriba sólo en ser positivamente responsable, es decir, abstenerse de que los actos del sujeto puedan dañar a otros. No hay, pues, actos buenos o malos en sí mismos (será malo matar a otro, pero no matarse a sí propio). Ya se adivina que esta teoría viene a coincidir con la ética «consecuencialista» (…).

Ahora bien, el mismo Scheler explica que, junto a esa ética, hay también otra diferente, a saber, la ética “de la convicción” (o “de la decisión”…), en dependencia de la idea que uno tiene de la moral, admitiendo la moralidad intrínseca de los actos mismos, aun aparte de sus consecuencias. Este último punto de vista es también el de la moral tradicional, según la cual dice M. Vidal (1991c, p. 422) objetivamente hablando “el suicidio aparece como una opción claramente negativa al colocarlo dentro de un horizonte de preferencias humanas y humanizadoras”, por varios motivos y en varios aspectos.

Es más: el suicidio es moralmente incluso peor y más grave que el homicidio. Esta sorprendente afirmación se basa en el hecho de que, para un individuo, su propia vida es un bien superior a la vida ajena (y por eso existe la norma moral de que uno puede matar en defensa propia). Así pues, si el homicidio es horrible, el suicidio, en teoría, ha de serlo todavía más. Todos sabemos que, en la mayoría de los casos, el suicidio constituye un acto poco consciente y responsable. Ahora bien, hay un caso en que el sujeto actúa conscientemente, pero hallándose asistido de motivos al parecer tan razonables y de unas circunstancias tales que suprimirían en su acto el carácter de ser moralmente negativo.

Es el caso de cuando el sujeto se ve, por ejemplo, acosado de una enfermedad terminal y, creyendo más ventajoso adelantar el momento de su muerte, decide hacerlo. Es la ortotanasia, que ahora vamos a comentar.

La ortotanasia

La ortotanasia consiste en la decisión que el sujeto mismo toma con respecto a las circunstancias que desea, como mejores, para su propia muerte natural, en cuyo proceso, de algún modo, ya ha entrado. Estas peculiaridades distinguen la ortotanasia (o “muerte correcta”) del suicidio, en el cual la muerte es totalmente artificial y biológicamente descontextualizada. La ortotanasia, defendida por varios, y relacionada en cierto modo con la eutanasia, con la cual la unen consideraciones comunes, y no exentas de buen sentido, constituye un actual objeto de debate. Defienden la ortotanasia personas razonables, como S, Paniker, el cual incluso ha fundado una asociación para explicar y difundir esas ideas.

Pero nosotros vamos a exponer aquí la teoría de J. Rubio, el cual, en su libro Ética constructiva y autonomía personal (1992), habla del derecho de la persona a una «autonomía para morir», que él llama “autonomotanasia”, basada en la libre disposición del individuo sobre las condiciones y circunstancias de la propia muerte. Aduce, en defensa de este derecho “inalienable”, precedentes en la historia humana cultural, como los hay en la antigua Roma. Se trata del “derecho humano a elegir la propia muerte de forma responsable y solidaria” (p. 297), derecho que ha de ser reivindicado dice frente a los tabúes vehiculados por la religión, a las leyes del Estado y a la resistencia de los médicos a colaborar en esos actos (y colaborando, en cambio, en prolongar la vida a veces en unas circunstancias tan onerosas como desesperadas: es la “distanasia”).

Se trata – dice – de superar o diseñar una nueva cultura de la muerte, por la cual la persona madura y consciente decide sobre el fin de su vida, de un modo personalmente responsable (en congruencia con el proyecto de vida que ha ido desarrollando) y teniendo la debida solidaridad con los demás y coherencia con las propias creencias y sentido de la vida. (…). J. Rubio entiende que “la autonomía moral para morir, como continuación y culminación de la autonomía moral para vivir», es un «derecho humano fundamental” (p. 307).

Podríamos hacer aquí algunas reflexiones, que también valdrán para el caso de la eutanasia. Desde instancias religiosas se recuerda, razonablemente, que el hombre no es dueño de su vida, sino solo un depositario de la misma, de modo que carece de un derecho absoluto sobre ella. La vida sería un medio que se le proporciona para que así pueda realizar unos valores superiores, que serían el fin de su vida, de la cual no podrá disponer, pues, como le plazca. Esta misma concepción puede defenderse también desde un simple humanismo.

En todo caso parece claro que la vida constituye un valor humano superior a otros como pueden ser el bienestar, el goce y hasta la propia felicidad, de tal manera que constituiría una inversión de valores (es decir, un acto inmoral) el posponer la vida a esos valores.

La eutanasia

Con respecto a lo anterior también suele decirse que la vida es un bien superior a la “calidad de vida”, y este principio es el que haría inmoral tanto la eutanasia como la ortotanasia, las cuales quieren fundarse precisamente en una prioridad de la calidad de vida como valor, cosa que parece muy cuestionable. Los contrarios a la eutanasia suelen invocar, aparte motivos religiosos, el de que la muerte constituye un proceso natural, y no es lícito torcer el curso de la naturaleza en asuntos tan graves, erigiéndose uno en señor de la vida y de la muerte (y de la de los demás).

Los otros argumentarán que la naturaleza no siempre actúa bien, y precisamente ahí está la razón humana para corregir la naturaleza y, así, conseguir algo mejor. Dice M. Vidal (1991c, p.507) que la cuestión es compleja porque se trata de respetar y conjugar no un solo valor, sino estos dos: 1.º el respeto a la vida humana, y 2.º el derecho a morir dignamente. La eutanasia no realiza el primero, y la distanasia (o prolongación artificial y exagerada de la vida usando adelantos médicos) no realiza el segundo; lo que realiza ambos es la “ortotanasia” (pero tomada no en el sentido que antes hemos visto, sino en el que acabamos de decir).

A menudo se presenta la eutanasia como una forma de humanismo y, bien entendida, puede muy bien serlo. El peligro está en que se deshumanice, por los abusos a que muy fácilmente puede dar lugar. Aparte de que conviene profesar una doctrina antropológica de valoración del dolor, como elevador del alma y purificador de la misma, que debe ser muy tenida en cuenta, aun en un plano simplemente humanista. La evitación de todo dolor y de toda molestia, tanto por parte del propio paciente como de quienes lo cuidan, se sale de los esquemas de una vida íntegra y digna.

No se trata de ser mártir ni de hacer mártires, pero tampoco de rehuir cobarde o egoístamente la prueba del dolor, que acrisola las almas. El otro punto de vista, el que defiende la eutanasia y el derecho a decidir sobre la propia muerte, descansa sobre un concepto de libertad omnímoda, en que el sujeto humano decide más allá de la naturaleza y de los valores.

Por eso J.M.ª Barrio (1996, p. 275) dice que “este concepto prometeico de libertad humana responde a las exigencias de un discurso más retórico que teórico”, pues “un pleno dominio sobre sí, excluyente de cualquier cortapisa, es una ilusión de libertad”, que desconoce el sufrimiento, el cual, si bien puede destruir al hombre, puede también enriquecerle profundamente, pues “sufrir es elevar un acontecimiento meramente biológico a una categoría moral superior” (p. 277)."
José Maria Quintana Cabanas

Extracto do capítulo Pretendidos derechos humanos que no son tales, incluído no livro Educação, Perspectivas e Desafios, da autoria de J. Boavida, M. Formosinho e H. Damião (pp. 77-99), recentemente publicado pela Imprensa da Universidade de Coimbra, e a ao qual faremos referência brevemente.
João Boavida

2 comentários:

Cláudia da Silva Tomazi disse...

Reprochar nem é galicismo.

José Batista disse...

Sobre este texto, que me parece tão sólido e completo, muito gostaria de conhecer a opinião da Professora Doutora Laura Santos, da Universidade do Minho, senhora que, desde que a conheci, passei a muito estimar e admirar.
Por ela sinto um profundo respeito e uma grande ternura, e não só pelo que diz - nas circunstâncias em que o diz - sobre eutanásia.

Por causa do medo que sinto (não por motivos pessoais), relativamente ao futuro próximo.

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